Vivimos en un mundo de constantes cambios. Personas que nacen, que salen y entran de sus países, a veces por trabajo, otras por ocio, y otras por necesidad. Son millones de personas que emigran hacia otros lugares huyendo de guerras, hambrunas, enfermedades y numerosas situaciones de peligro que les impulsan a salir con lo mínimo en busca de una vida mejor. Este es el caso de muchos refugiados.

Quiero hablar de unos casos en particular para acercar las experiencias de estas personas. Conocí a un buen amigo en Zúrich (Suiza), en una escuela donde profesoras voluntarias suizas y alemanas daban clase a los recién llegados al país, a cambio de una sonrisa de agradecimiento. Había alumnos de todos los países, sobre todo del continente africano, pero también de Siria, de la India, Latinoamérica o de otros países europeos.

Conecté desde el primer minuto con él. Aquellos ojos verdes y esa mirada profunda me impactaron de inmediato. Transparente pero a su vez misterioso, poco a poco fui ganándome su confianza, hasta que al cabo de un largo tiempo me contó su historia. Refugiado, huyó de Siria por la guerra. Había estado hace tan solo unos meses en el frente. Cansado de seguir unas instrucciones y realizar actos por los cuales me mostró gran arrepentimiento, decidió huir hacia un lugar en paz. Un país, dicen, metido en una burbuja y diferente a cualquier otro: Suiza.

De esta manera, este estado, neutral en ambas guerras mundiales, y que recoge hoy en día una de las más grandes riquezas del mundo, acogió a Daniel y a su familia siria. Desde aquel momento, su mayor prioridad, además de aprender alemán e integrarse, fue traerse al resto de su familia en riesgo de muerte en un país con bombardeos a diario. Por suerte, ya en 2016 están todos a salvo, pero duramente separados en diferentes países. Ahora lucharán por volver a reunirse, igual que otras miles de familias.

Hace unos días, gracias a mi trabajo en Amnistía Internacional, en el que me encuentro a veces a personas con historias personales increíbles, conocí a un refugiado de Irak, y quiso compartir sus vivencias conmigo para que queden reflejadas de alguna manera. Ahmed me contó que llegó a Madrid (España) hace dos meses con su madre, huyendo de las bombas y de esa guerra que se alarga de forma cruel en su país desde 2003. No pudo acompañarles su padre, ya que desapareció en 2012 en Bagdad. Militar en plena guerra, un día ya no regresó a su casa. En sus ojos se refleja la tristeza de alguien que ha perdido hace tan solo tres años a un ser querido y cuyo cuerpo está desaparecido. No sabe qué pasó con él. No hay noticias.

Ahmed, de 25 años, ha llegado a España en avión, en busca de una oportunidad. Quiere vivir sin escuchar ruidos de disparos o bombas, en un país en el que como afirma el joven irakí “está invadido por militares de todos los países del mundo”. Desde el primer minuto me dejó claro que no apoyaba la violencia y que el ser humano debe ser respetado con independencia de su religión. Obvio. Y señaló con tono de dolor que en su país “hay soldados de Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Italia, Alemania, Holanda, Australia, Turquía, España y muchos otros países”.

En un país literalmente en ruinas, las noticias actuales no invitan a la esperanza. El 20 de enero de 2016, el Ministerio de Defensa francés ha acogido una reunión operativa con los ministros de los principales países miembros de la coalición contra Isis en Oriente Próximo: Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Italia, Alemania, Australia y Holanda. Tanto el Secretario de Defensa de EE.UU, Ashton Carter, como los ministros de Defensa de Reino Unido y Francia, han criticado la estrategia de Rusia en Siria de atacar a la oposición. “Imposible ampliar la cooperación con Moscú mientras esto no cambie”, ha manifestado Ashton Carter. Y siguió por la misma línea. “La estrategia de Rusia no está en el buen camino. Tampoco en sentido táctico. Mientras no haya un cambio no hay base para una cooperación ampliada al respecto”, subrayó.

Por otro lado, el ministro de defensa francés, Jean Yves Le Drian, ha asegurado que los siete ministros reunidos en París son “los más activos de la coalición”, y que las fuerzas francesas (con 3.500 efectivos en terreno y 30 cazas), han bombardeado desde el domingo 17 de enero tres veces la ciudad iraquí de Mosul, haciendo mucho daño en un importante centro de mando y transmisiones.

El joven refugiado, sentado en las escaleras de una plaza, me contaba que teme “una tercera guerra Mundial”. Es difícil creer que en el siglo XXI podamos llegar a ser tan necios e imprudentes de llegar a tanta locura y autodestrucción. Pues bien, está claro que no vamos por buen camino. La violencia invita a más violencia. El dolor a más dolor, y la venganza a más venganza. Más de uno y de una debería volver a escuchar aquella canción de John Lennon, Imagine, compuesta por el primer Beatle en caer pero cuyas canciones deberían ser asignaturas para menores en el colegio. Tal vez así de mayores no seríamos tan violentos. Paz es lo que reclama Ahmed para el mundo y su país. Algo que parece que no va a llegar en mucho tiempo, oyendo las palabras del ministro de defensa norteamericano. “Los tres objetivos clave son destruir el cáncer primario, ahora concentrado en Raqa y Mosul, destruir la metástasis en el resto del mundo y defender a nuestros ciudadanos”, señaló. Y concluyó con una frase explícita: “Vamos a acelerar el ritmo de la campaña”, reconoció.

De este horror huyen miles de personas como Ahmed. Ahora en un centro de refugiados en Madrid “para al menos seis meses”. Esto es lo que ha señalado el joven, que después debe “buscarse la vida”. “Como mucho puedes estar un año si vienes con familia”. Es un hecho que estos centros están sobresaturados. Pero también lo es que se deberían destinar más fondos y ayudas para este tipo de cosas. España es uno de los países que menos refugiados acoge. Uno de los grandes problemas ha sido la corrupción que ha habido en este país. Y ahora se quiere recuperar con recortes a mi parecer simples e innecesarios que generan más necesidades y que provoca que vayamos a peor. Como las 900.000 tarjetas sanitarias retiradas o las 80.000 personas desahuciadas, y suma y sigue.

En otra ocasión hablé con dos chicos de origen africano (Mali), también en el mismo centro de refugiados. Me contaron su historia tras mostrarme su tarjeta roja de identificación. “Podemos estar seis meses durmiendo en el centro y nos dan 50 euros al mes para ropa, tabaco, que no da para mucho”. Como estos cuatro casos, existen miles de historias duras que contar. Deberíamos tender la mano y no dar la espalda, ya que ante todo, con independencia de raza, género, religión u orientación sexual, somos seres humanos, y lo que dibuja nuestras almas son nuestros actos. No tiene ningún mérito nacer en un lugar u otro. Es como el físico, esto no lo elegimos. Lo que sí podemos elegir son nuestros actos, hacer la paz o la guerra.