Los Partidos Políticos son -casi por imperio axiomático- inseparables y obligantes componentes para la existencia de la Democracia. «Sin partidos no hay democracia», se sentencia corrientemente. Esa rotunda afirmación de gemela identidad se ha visto cuestionada cuando, a la existencia de un régimen democrático que entra en cuestionamiento, le sucede - fatalmente- un gobierno totalitario o populista. ¿Por qué ocurre esta suerte de degradación de la convivencia humana sustituyendo a un sistema que, históricamente suele afirmarse, es la más racional y apetecible de las experiencias de gobierno que ha inventado el hombre?

El prestigioso ideólogo chileno Jaime Castillo Velasco explicaba que los partidos que abandonaban sus raíces basadas en los valores permanentes de su inspiración fundacional (llamados «principios doctrinarios») se veían afectados por el desencanto de sus seguidores, entrando en una confusión de propósitos los llevaba a la ceguera de abrazar al «demagogo más carismático de turno», cuya astucia sabe aprovecharse de esa frustración o divorcio entre «doctrina y praxis», que -repetimos- desnaturalizan a los partidos.

También el desencanto puede provenir del desajuste entre «ideología», que son tópicos cambiables por las exigencias que crea el avance tecnológico o las transformaciones de cada país, los que pueden derivar en gobiernos tecnocráticos (a veces un tanto deshumanizados), populismos demagógicos o abiertas dictaduras opresoras con ingredientes fascistoides.

Todas estas vertientes, ajenas a la democracia plural, libre, respetuosa, justa, racional, impulsora del bien común y adscrita a la división de los poderes, tienen un motor de gran eficacia proselitista como es la antipolítica, fantasma que se ha paseado exitosamente en Latinoamérica y también en algunos enclaves europeos (Inglaterra, España y otros ejemplos menores pero peligrosamente embrionarios).

A propósito de lo atrayente que resulta la antipolítica a la actitud irreflexiva de los desencantados, Giovanni Sartori, señala: «los políticos son populares en tiempos heroicos pero pocas veces lo son en tiempos rutinarios, cuando la política de la democracia se convierte en un confuso y sospechoso esfuerzo diario». El mismo Sartori agrega: «si la desconfianza en los políticos es general (aunque no siempre justificada) y los partidos como tales pierden su prestigio, entonces entramos en un juego que conduce a la apatía, al retiro de la política, a lo en los años 50 se llamó 'despolitización' [¡antipolítica!]».

En consecuencia, para no caer en sorpresas o aventuras de rápido arrepentimiento, debemos precavernos de los mágicos «encantadores de serpientes», llamados también «Mesías salvadores» o simples charlatanes. Lo inteligente es revivir la devoción democrática y restaurar la génesis valórica de los partidos políticos, elemento indiscutible y siamés de la democracia.

La pregunta obligada y lógica es ¿por qué la antipolítica se filtra con tanta facilidad en las estructuras valóricas de los partidos políticos, considerando que sus mensajes originarios despertaron una adhesión tan fervorosa que, en algunos casos, alcanzó características de abierto fanatismo?

La explicación es simple: el acceso al poder de esos partidos «doctrinarios» crea, primero, el indiscriminado ingreso de una ola masiva de adherentes que son atraídos por intereses secundarios como «obtener una paga» o gozar de algunas prebendas privilegiadas. Desde luego esa «nueva militancia» es impermeable a cualquier exigencia de carácter valórico.

Por otra parte -quizás la más grave- las «mieles del poder» y la facilidad para adquirir bienestar «mal habido» crea la conocida pandemia de la corrupción. En ese momento, los valores fastidian y entran en el cajón de la amnesia total.

Como la desnaturalización de los principios es tan grosera y evidente, surge como espuma el rechazo a los partidos y emerge la antipolítica, siempre con un vocero astuto que, navegando en la crítica y la demagogia, se convierte en «salvador de la patria».

¡Los resultados son conocidos!

¿La solución? Aprender la lección y refundar una democracia con partidos vigilantes y severos en la acción través de sus loables propósitos originarios!