Un joven programador ha ganado una semana en casa de su jefe, un mad doctor de la ingeniería computacional que lo invita a participar en un test de Turing a cara descubierta con su última creación: una mujer robot dotada de inteligencia artificial y un rostro angelical. Se trata de probar si efectivamente la cyborg es capaz de pensar, pero la máquina añade un inquietante avance evolutivo cuando parece demostrar afecto y conciencia de sí misma. “¿Quieres ser mi amigo? ¿Te gusto? ¿Piensas en mí cuándo no estamos juntos?”, interroga a su entrevistador. La premisa sci-fi es el punto de partida de Ex Machina, un turbio thriller psicológico dirigido por el británico Alex Garland.

¨Llegará el día en que las inteligencias artificiales nos mirarán como a simios que caminaban erguidos condenados sin remedio a la extinción”, asevera a mitad de largometraje el padre de esta Eva de la era digital. Y, quien se autoerige en Dios carnal, remata: “No era una cuestión de "y si", sino de cuándo”. El futuro es ahora y Caleb, Nathan y Ava, que así se llama la ginoide, son el trío de personajes sobre el que Garland despliega su imaginería en torno a la condición humana. "Tres seres inteligentes enfrentándose, intentando vencerse mentalmente y uniéndose momentáneamente", explica el cineasta. El que ya firmara los guiones de Sunshine, 28 días después y Dredd, debuta tras el objetivo con una estilizada pieza de cámara con estética new age triangulada en las soberbias interpretaciones de Domhnall Gleeson, Oscar Isaac y Alicia Viklander.

El escenario, unas remotas instalaciones insertas en un entorno natural idílico y sellado de puertas adentro por la domótica más puntera, refuerza el carácter perturbador y hasta opresivo de la cinta. La disposición casi teatral de elementos redunda en lo mismo. Ahora bien, esta no es una revisión más del clásico relato del hombre versus la máquina, sino que la acción se traslada a la guerra de sexos o, más bien, a la búsqueda de reconocimiento. A través de una impecable factura, ajena al artificio del blockbuster hollywoodiense, Ex Machina nos adentra poco a poco en el laboratorio de un doctor Frankenstein del siglo XXI cuyo máximo activo es la gestión de datos de un motor de búsqueda, aquí llamado Bluebook (véase Google) y en el que lo que está en juego es la identidad propia.

Esta paranoia prometeica se mueve en el resbaladizo territorio de la singularidad. Y ahí es donde el coqueteo de la humanoide con el protagonista se torna en poderosa arma de manipulación y de liberación a la par. ¿Una vuelta de tuerca más al mito del pecado original y la tentación? ¿Un paso adelante en la emancipación femenina frente al yugo objetivizador del varón? Es evidente que la biología hace posible que seamos capaces de experimentar la sexualidad, aunque cómo interviene la cultura en todo ello ya es otro tema. El cuerpo importa y Ava, de hecho, muestra cierta obsesión por su anatomía. Si, hasta la fecha, mujeres biónicas han encarnado el ideal masculino de la esposa perfecta y fembots de escote generoso han encarnado heroínas de acción, dejando tras de sí toda una serie de fantasías y frustraciones sexuales masculinas dignas del psicoanálisis freudiano, ¿es esta la materialización del arquetipo de la femme fatale en tiempos del BigData? Para los apocalípticos será el fin.

PD: el baile entre copas de genio y criada es un must del cine de 2015.