Abría la pieza una bailarina. La única que aparecería en toda la obra. Parecía que iba a ser muy sobria, pues sería muy difícil tener a una sala llena enganchada sólo con una bailarina. Los registros únicamente podrían ser limitados y los movimientos tendrían que ser demasiado originales para que en, el transcurso de la obra, aquella bailarina no nos aburriera. Pero aquella bailarina se llamaba Louise Lecavalier y aquella obra está dando la vuelta al mundo desde el 2012.

La temática de la pieza se reveló precisamente en eso, en movimiento. Para alguien que por primera vez veía una pieza de baile, aquello tenía que tener mucho gancho para no dormirse. Aunque hubo un buen empujón, los primeros diez minutos se precipitaban en declive. Pero, antes de acabar el primer cuarto de hora, aparecía otro elemento: un bailarín. La cosa se amenaba para un público amateur y. cuando aquella obra estaba casi a punto de perder la energía, la velocidad y el movimiento se hicieron mas complejos.

No se trataba de baile clásico. Francia, el pais de Daft Punk, rebosa música electrónica por doquier, pero de la buena, currada e intelectual, melódica, o fuerte y dura. Era esta última, fuerte y dura, la música electrónica que acompañaría los movimientos de aquella bailarina, junto al bailarín que aparecería después.

Pero toda aquella ingeniería no era local. A la canadiense Lecavalier le acompoñaban un DJ de origen turco, Mercan Dede, y el bailarín, esta vez si, un francés llamado Fréderic Tavernini. La combinación del trabajo de los tres resultaba en ver un sin fin de movimientos, sin duda coordinados, pero que parecían espontáneos.

Pero sin duda el punto principal, Lecavalier, se constituía como la encargada de vehicular todo aquello. Y era precisamente ella la que no paraba de moverse en esas casi dos horas a un ritmo frenético, melódico, atleta y bonito. Por veces te llevaba a una discoteca en la que no puedes parar de moverte por estar empastillado;, otras, a la mecha de una vela, que por momentos parece decaer, pero que no cesa de moverse, porque es esa su naturaleza. Aquella era una chispa, una chispa de fuego, vestida de azul reflectante y con los pelos teñidos de amarillo fuego.

Se revelaba todo aquello como la temática de la obra, el siempre presente movimiento, separado del cuerpo, o con el, y separado del alma. Elementos estos que quedaban relegados por el movimiento de la bailarina, dejándolos ligeros, en el espacio, al compás de la música.

Aquella pieza de baile tuvo lugar en La Vignette, en un auditorio dentro de la facultad de letras de la Universidad de Montpellier. Al dejar las puertas del auditorio, uno se quedaba un poco atónito al pensar cómo alguien podía moverse durante casi dos horas frenética y melódicamente a la vez, pero sin cesar.