Una pareja se besa en una esquina del Raval.

La noche se va sin apenas ruido, mientras, lejos, tintinea una madrugada que tarda demasiado.

Al fin y al cabo, la noche es un paisaje del que solo soy un triste espectador asomado al brocal de los sentimientos.

—¿Tienes fuego?

Sus pupilas son mil aceras de hielo, palabras sin sentido y abrazos a tantos euros el minuto.

—Esta noche la luz del amor está en tus ojos, pero ¿aún me amarás mañana? Cantaba Carole King en otro encuentro fugaz.

Sé que tú lo preguntas cada noche.

Ha salido la luna en toda su plenitud y, aunque está en fase creciente y hasta dentro de unos días no será luna llena, se la ve bellísima, con esa atracción melancólica con que la percibimos algunas personas en ocasiones especiales.

La estoy viendo desde el mirador del tanatorio de la Ronda de Dalt de Barcelona. Dentro, en la sala de vela número 6, mi amiga Maite León, deshecha en lágrimas, despide a Eugenio, su compañero desde que eran niños. Su primer y único novio.

Ella, que es tan maña, me ha recordado que mañana, día de las exequias, es la Virgen del Pilar y que cada año iban los dos a cantar jotas a la Casa de Aragón. «Ya me despido de ti y me despido con duelo».

La ciudad desde aquí se ve derrotada. Apenas le queda pulso, pero en la lejanía y más allá está el camino a las palabras no dichas, donde se quiebra el mar y nos quiebra la noche.

Leo en la prensa local de Andújar que los olivareros están preocupados, porque las altas temperaturas de más de 40º estos días de primeros de mayo, queman la flor del olivo en pleno auge. ¡Aborto ovárico!, nada menos, se llama.

Reflexiono y recuerdo que cuando no es el calor extremo y a destiempo, es la sequía, las heladas o el exceso de lluvias. Siempre tienen estas gentes un motivo de inquietud en algo tan poco agradecido como es la agricultura y, además, monocultivo.

Se calcula que solo en la provincia de Jaén hay 66 millones de árboles y variedades como picual, hojiblanca, picudo, lechín, verdial y arbequina, entre otras. Todas configuran un paisaje difícil de olvidar.

Recuerdo un poema que pensaba incluir en un libro titulado Paisaje del trigo, pero que ahora duerme en algún rincón, y tal vez acabe en la papelera, como mejor destino. Allí expresaba mi inquietud por el futuro de los olivos. Los veía trepando por los cerros, como soldados que iban a una guerra derrotados de antemano. Según dicen, en China han plantado millones y difícilmente podrán competir en los estantes de los supermercados.

Pero este calor prematuro, excesivo e inclemente, que mata a la delicada flor del olivo, a veces da una tregua y concede algunas noches en las que da gusto salir a la terraza y aspirar la brisa. Entonces, se huele a sierra, a campiña, a orujo. La verdadera patria.

A Kalita se le ha caído su primer diente y era tan pequeño tan pequeño, que lo ha perdido en la clase de inglés. Era un «inciso central primario», como dicen ahora con esa cursilería propia de Google que nos invade por doquier. Para entendernos: el primer diente de leche que les sale abajo a los bebés.

A su inicial estupor por la pérdida, después apenas se ha preocupado, ya que su madre y Lúa, su hermana, han firmado un documento en el que explicaban al Ratoncito Pérez el incidente y daban fe de la caída.

Kalita se ha despertado pronto y ha visto que, bajo la almohada, había una lupa con luz y una moneda de dos euros.

Cuando he ido por la mañana para llevarlas al colegio, ha venido alborozada a enseñarme los regalos:

—¡Mira avi, y eso que no había diente! Me ha manifestado con una sonrisa que no la hace más guapa, porque eso es imposible, pero sí que le ilumina todavía más el semblante.

Al llegar al cole, les ha enseñado la mella a todas sus amigas que reían felices, parecían una algarabía de avecillas por la mañana y algunas, a su vez, enseñaban sus correspondientes melladuras.

Al coger la mochila del suelo me ha dicho:

—¡Cómo pesa con la lupa!

Se ha ido corriendo a enseñarle a Olga, su profesora, la mella y los regalos.

Al volver del colegio y pasar por Can Aymerich, he reflexionado sobre la alegría que les da a los niños cumplir años y que se les caigan los dientes.

La vida es un bucle inexorable.