Pilar es una mujer de 80 años y es la curandera de su pueblo: Latuvi, formado por 600 almas, a 2450 metros entre la vegetación mexicana.

Pilar conoce perfectamente las plantas de su zona y las utiliza como remedio, pero su verdadero antídoto contra todo es el don y la fe inquebrantable en Dios, que la acompañan en los pequeños milagros diarios que ofrece en este diminuto y recóndito rincón del mundo.

Yo, Manuela, soy psicóloga con una maestría en antropología y una curiosidad implacable. Soy una exploradora. En 2010 Pilar me invitó a vivir con ella: «Te estaba esperando, quédate a vivir conmigo», me dijo en nuestro primer encuentro.

Ella me inició a la vida chamánica y juntas surcamos las olas de mundos sutiles, «otros», inimaginables para mí hasta aquel entonces. Descubrí que, desde el piso de la casa, con los ojos cerrados y con una concentración radical, podía viajar hacia experiencias extraordinarias y que los sueños son los talleres de la sutil e inmensa realidad que invisiblemente lo permea todo.

México, Oaxaca, Latuvi, 2010

Pasaba días enteros en su cocina, la mayor parte sentada en el tronco de pino sobre el que me balanceaba jugando en un precario equilibrio y con la espalda terminaba golpeando rítmicamente el armario de madera detrás de mí; con el brazo derecho apoyado en la mesa, a un paso del caos de cosas que se amontonaban con aterradora facilidad, me mantenía a salvo de los peligros de mi pasatiempo. Me sentía como una espectadora de cine, presa por esa reproducción de la realidad tan original, fascinante para mí y a la vez habitual, común para las mujeres que se quedaban en la cocina de Pilar. Veía a la gente moverse en su espontaneidad, mientras yo podía pasar horas enteras sin sentir la necesidad de levantarme o hacer cualquier otra cosa, sino de observar las acciones a mi alrededor; me involucraba en cualquier actividad que las mujeres eligieran para mí.

Y entraba y me asomaba por el hueco que Pilar me invitaba a cruzar. Estábamos muchas veces solas y esos eran los momentos que más se dedicaba a contarme su vida, sus historias, aventuras. Respondió a mis curiosidades. Charlábamos mucho, a veces durante horas interminables.

Esa mañana, como todas las mañanas, Pilar me invitó a un café enriquecido con canela.

—¿Soñaste algo mi hermanita?

—Sí Pilar, anoche tuve un sueño; un sueño largo y muy vívido. Cuando desperté aún lo tenía muy claro, el pensamiento aún me captura.

Pilar me preguntaba todas las mañanas qué había soñado. Llamaba a ciertos sueños: revelaciones. Yo los llamo lúcidos: aquellos durante los cuales somos conscientes.

El sueño es la tierra fértil de un chamán.

—Antes me dijiste que el azul es el color de la espiritualidad, ¿puedes hablarme de otros colores o símbolos?

—Así que, a ver, el rojo es el color de la omnipotencia, el blanco de la pureza y la luz, el negro de la maldad, el morado es la muerte. Soñar con una bandera blanca significa paz y triunfo, el mar y el agua hablan de sabiduría, los peces representan espiritualidad, las flores son amor, el río vida y salud, los frutos los dones de Dios, las abejas la obra de Dios, el fuego indica problemas, conducir un coche indica que estamos en línea con el alma y el espíritu.

—Espera, espera Pilar, quiero escribir todo... ¡Lista! ¿Qué más?

—Cuando sueñas con animales negros, por lo general significan que son próximas unas discusiones. Las serpientes son personas que nos odian. Ver las estrellas habla de fuerza, las ovejas son almas puras, los niños señalan el reencuentro con uno mismo, la lluvia es sinónimo de llanto y sufrimiento, mientras que volar es vida, una larga vida. Te comento para que los recuerdes.

—¡Gracias, ya lo tengo!

—Recuerda que son los sueños los que hay que tomar en serio... y la vida «real» con un poco más de ligereza.

—Ahora te entiendo Pilar!

—Debes de saber que no todas las horas son iguales para los sueños. Presta atención a las horas, porque es a las tres, cuatro y cinco de la mañana que aparecen sueños lucidos. Antes de las tres los sueños son ligados a esta vida, luego vienen las revelaciones y a las cinco son los buenos.

—¿Por qué crees que son buenos a las cinco?

—A partir de las cinco, las seis, las siete vuelve a salir el sol y aún latente volvemos del letargo de la noche a practicar de nuevo la cotidianidad. El sueño es ligero por lo que los sueños en esta etapa son placenteros y en su mayoría positivos. Los que se hacen antes de las tres de la mañana, digo yo, que son negativos porque caemos en un sueño pesado.

—Cuando tengo sueños lucidos, generalmente me despierto y el reloj siempre marca alrededor de las 3:40.

—¿Sabes, Manuelita, que los chamanes duermen como gatos, con un ojo siempre abierto? Permanecen alerta, presentes e involucrados incluso cuando están dormidos. El sueño es ligero, pero reparador. Por eso digo que durante el sueño masivo y pesado no recuerdo los sueños, los llamo negativos porque no tienen relevancia, de hecho, los olvido al despertar. ¡¡En cambio, las revelaciones y cómo si las recuerdo!! Son tan reales y vívidas que las grabo en la cinta de la memoria.

—¿Qué pasa cuando soñamos?

—Cuando dormimos, nuestra alma deja su cuerpo y deambula.

—¿Por dónde vaga, adónde va?

—Hacia el infinito y ahí es donde te encuentras con otras almas. Es por eso por lo que a veces soñamos con los muertos, porque su alma se une a la nuestra, en un lugar franco creado para estos encuentros.

—¿Por qué a veces soñamos con alguien que nunca conocimos en la vida de vigilia, pero nos parece familiar?

—¡Sí! ¡Ja, ja! ¡Sí! Durante el sueño hay encuentros espirituales, encuentros entre alma y alma, que con demasiada frecuencia permanecen vívidos al despertar. ¡Ja, ja!

(Fragmento del libro: «Pilar, un viaje en busca del alma»)