En Navidad las casas se adornan con luces que centellean, hay guirnaldas colgadas del techo, bolas de cristales de colores, en las ventanas hay muérdago y las rosas y los lirios se asoman tras los cristales. En el aire flota un suave olor a velas con olor a vainilla y canela, nunca pueden faltar las velas de suave luz que parecen acariciar el aire. La estrella de Belén ilumina los hogares, las campanillas repican, hay villancicos y música.

La Navidad es alegría, ilusión, calor de hogar, familias que estaban lejos y se reúnen. Es tiempo de vivir la generosidad, el amor y la amistad. Es tiempo de estar en familia, jugando con los más pequeños y disfrutando de los adultos mayores, sentirse hermanado con los vecinos, compartir mesa y mantel y no solo en lo material sino en ayudar a quien lo necesita.

Pero Navidad ante todo es celebrar la llegada de Dios a la tierra que se hizo niño, naciendo de la Virgen María en un humilde portal de Belén para salvar a la humanidad y mostrarnos el camino del cielo.

Es muy importante que La Navidad sea un tiempo de reflexión, de diálogo interior con Dios y sobre todo de escucha de lo que Jesús nos quiere decir. Por eso, en estos tiempos he querido llevar la oración a mi vida, que mi vida entera sea una plegaria, buscar el momento y el lugar para hablar con Jesús, hablarle con palabras sencillas, con la simplicidad y la confianza con que hablan los niños y, sobre todo, saber escuchar lo que Él me dice. Porque a Dios le gusta habitar en los corazones de los que son como niños porque en ellos su imagen aún sigue intacta.

No quiero que mis días sean un ocaso de silencio. Quiero compartir con Jesús mis preocupaciones, mis luchas y mis anhelos. Quiero que Él esté presente en mis proyectos, que su voz siempre resuene en mi interior para que nunca cese nuestro diálogo.

Mis conversaciones con Dios

¿Sabes Señor?
Tengo necesidad de tu palabra, estoy harta de tanta palabra hueca,
de tanta palabra falsa,
de tanta palabra cobarde.
Quiero escuchar tu voz.
Sólo Tú tienes palabras de vida eterna.

Escucho voces como latidos jadeantes que anuncian primaverales espejismos que nunca sacian mi sed, en un ritual de eterno aplazamiento, en un viaje que nunca tiene término.

Mientras cae esa lluvia
empapada de loca melancolía
que apaga los últimos rescoldos de pasión. Todo se vuelve arcaico e insignificante,
y nada puede ser comparado
con el ronco grito anhelante del corazón.

Querida Hija.
¡Ven y sígueme!
Adéntrate en el camino del recogimiento
y en la soledad de tu cuarto yo te hablaré,
tú me escucharás,
y estaremos juntos en comunión.

II

Muerdo mis labios de impotencia.
Incapaz de ser luz salvífica para los otros,
intento ser un faro potente
y apenas soy una pequeña cerilla
que se apaga al menor soplo.

Quise agudizar el oído para escuchar
los lamentos, que, como torrentes impetuosos,
se precipitaban desde el borde de las comisuras.
Quise alcanzar la onda sonora que se expandía como un alarido
en medio de la respiración.

Quise llegar allí,
donde no pueden arribar los intérpretes para esclarecer la sombra del enigma.
Consolar con mis palabras estremecidas,
pero mi lengua estaba adherida al paladar.
Alumbrar con el destello de mis ojos, pero mis párpados estaban pegados.

¡Al final todo fue inútil!
Quedé prisionera de esas redes invisibles que me impidieron poder avanzar,
y hui despavorida,
anhelando un soplo de eucaliptus con el que poder purificar mi aliento.

No te sientas impotente, pequeña mía:
Yo, tu Dios, estaba junto a ti,
para llegar allí́ donde tú no llegabas.
Mi mano poderosa portaba una lámpara encendida para iluminar el camino de los más perdidos.

III

Mi cabeza degollada sangra,
por mi mente pasan ráfagas de confusión.
No encuentro la explicación de por qué la maldad
se ha enquistado en el corazón del hombre.

No acierto a comprender,
por qué hay bocas que siguen saboreando el odio impregnado en su lengua.
No logro entender por qué existen
piras humeantes de muerte donde sacrificar el amor.
No quiero seguir el rastro de la sangre que aletea como una furtiva paloma alcanzada por un dardo.

Desearía hallar esas manos manchadas
para buscar la noche que hay en ellas, quiero encontrar la marca indeleble
del mordisco cruel que en ellas dejó su huella.
Besar las cicatrices, derramar vino agrio. Y curar para siempre
las rojas heridas.

Hay que aceptar el mal, no hay que salir huyendo.
El mal existe, pero yo desde la Cruz
ya he vencido a la muerte.
No tengas miedo, estoy junto a ti para ayudarte a sanar desde dentro.

IV

La lengua de la tristeza humedece mi corazón.
Me siento abrumada por la angustia,
al contemplar a quienes han perdido la esperanza.
No hay nada más terrible que vivir sin ella,
cuando la ilusión ya no existe.
Todo está perdido.

Y es ahora.
muchas lluvias y muchas vidas después,
ellos se sientan en un banco a contar recuerdos.
Pero sus cuerpos pétreos, ya están muy lejos...
Todavía llevan esa gabardina
que no deja pasar la lluvia cálida.

Las incesantes mareas lunares
les han llevado a un invierno sin retorno
en que las orquídeas están cuajadas de escarcha,
y los ruiseñores tienen el canto gélido.

Se sienten como náufragos
que se hunden en el mar agitado de sus cavilaciones.
Una armoniosa música se va expandiendo y asciende hacia la noche inmensa.
¡Pero ya todo está perdido!

Ya las columnas que sustentaban los sueños
han sido carcomidas por las sierpes del desencanto.
Las torres que se erigían desafiando al cielo,
han sido derrotadas por la niebla
en un cortejo nupcial que las elevó
más allá de la bruma voluptuosa,
para luego dejarlas caer derramadas
en piélagos de sangre.

No sufras, hija mía,
yo los he encontrado primero.
Ellos ocupan un lugar relevante en mi corazón,
mis manos amorosas los arropan cada noche.
Y aunque ellos no me vean, yo duermo junto a su lecho.
Y aunque no lo sepan tengo en el cielo un lugar privilegiado para ellos.

VI

Clavo estrellas en mis ojos
por aquellos a los que su egoísmo no les ha permitido entregarse con generosidad al otro,
por todos aquellos
que cerraron sus puertas al amor.

Quiso dar la vuelta a la llave
que cierra la habitación de la ternura
y se levantó un vendaval de espanto.
Las palomas escondieron sus cabezas diminutas
entre sus alas manchadas de lluvia.

Las estrella tuvieron miedo
de ser mitigadas por la noche
y huyeron veloces al alto cielo.
Enormes llamaradas
dejaron convertidas en cenizas
las ansias de besos y caricias
y hasta un frígido cuchillo
segó toda mano a que aferrarse.

Quiso dar la vuelta a la llave
y la puerta quedó cerrada para siempre.
Las máscaras de carnaval escondieron el rostro.
El frío afilado secó las lágrimas silenciosas.
Los labios apretados y sin brillo
sellaron las palabras, devoraron las letras.
La tinta se volvió sangre derramándose sobre el papel.

La pluma se quedó sepultada en el cajón del olvido.
Quiso dar la vuelta a la llave.
Y aun así el espectro del deseo
le asedia cada día y algún poema furtivo, despierto en la noche,
dicen que todavía lucha por sobrevivir.
Mientras, el corazón de Dios sangra en silencio.

Así es, querida hija. Amar no siempre es fácil
porque hay que entregarlo todo no dejar nada para uno mismo.
Entregar hasta el último aliento. Hasta la última gota de sangre.
Tal como yo os ensené.

VII

Hoy mi plegaria quiere ser un grito
que despierte, zarandee, ponga en alerta a los que viven encerrados en sí mismos,
y no han querido verte en los ojos del otro.

La luz de la clarividencia se reveló
como un faro salido entre la bruma
para terminar con la guerra corrosiva del olvido. Se rescataron palabras perdidas en la memoria: besos furtivos, labios impregnados de otros labios, sangre palpitante de crepúsculos rosados,
y así, rememorar antiguos signos ya borrados,
y que un nuevo abecedario resurgiera.

Pero todo fue inútil,
después de tanto tiempo llegó la abdicación.
Incapacitados para hablar,
la lengua pegada al paladar, deshabitados de ruiseñores,
y mariposas de alas violáceas,
la voz del corazón resonaba hueca y sorda.
Después de tantos años, comprendieron que estaban desnudos de sentimientos, y una cruz de ceniza sellaba sus labios.

Pequeños, dice el Señor.
yo os ensenaré un nuevo abecedario.
Iremos juntos deletreando palabras olvidadas:
Ternura, caricia, beso, hermano,
amigo, alegría, dulzura, flor, estrella...
Y letra a letra, palabra a palabra,
vuestro corazón se llenará de luz.