Casul (Casa Universitaria del Libro, en la CDMX, perteneciente a la Universidad Nacional) organizó un homenaje a José Emilio Pacheco, en enero de 2024, por los 10 años de su partida. Así tenía que ser: en la Colonia Roma, donde nació el poeta.

La directora Guadalupe Alonso, quien moderaba el acto, tomó la palabra en un principio haciendo repaso de las diversas aportaciones del homenajeado. Por cierto que ella en otro momento platicó su hallazgo de El diccionario de ideas, del italiano Massimo Bontempelli, en traducción de José Emilio; obra difícilmente referida en el recuento de los trabajos del segundo.

Fue una noche de revelaciones, pues el editor José Luis Martínez S., advirtiendo que no abordaría la obra conocida de Pacheco, anunció que en la siguiente aparición de «Laberinto» (semanario del diario Milenio) se publicaría sobre ¡teatro de JEP! mediante una colaboración de Jesús Quintero, así como aforismos con un texto de Javier Perucho.

La poeta Tedi López Mills recordó —lo que para muchos de nosotros fue una revelación más— durísimas palabras que nuestro autor usó calificando a la poesía. Antes habló de aquella temprana (contaba 27 años) toma de posición en una carta a Octavio Paz... Y más adelante, subrayó el cuidado que JEP traductor aplicaba para que el texto en traducción no fuera a parecer un texto de su propia autoría.

En su turno, Héctor de Mauleón habló de las asombrosas asociaciones que el escritor hacía de un hecho noticioso con otros hechos, de otro signo o época, en los que encontraba alguna coincidencia. Asimismo, platicó su convivencia con él después de cada exposición del colegiado en El Colegio Nacional.

En la ronda de preguntas vino la sorpresa de la jornada: situado en la línea de los hallazgos, Jesús Quintero, (alma de la página Textos a la deriva), puso a la mesa su propia entrevista a George B. Moore, a quien el poeta evocado, en vez de dar la entrevista que le pedía, dirigió el célebre *Una defensa del anonimato (Carta a Geoge B. Moore para negarle una entrevista):1

Hoy (2017) George Barnard Moore, de 66 años, radicado en la costa canadiense de Nueva Escocia y dedicado a la poesía, no oculta su sorpresa ante el hecho de que por primera vez un lector de Pacheco lo haya buscado y de que esos versos recibidos por correo hace 35 años «sean hoy tan prominentes».

…Creo que mi propia vocación como poeta se reavivó por las posibilidades que encontré en la voz serena e irónica de Pacheco. Su poesía, además, hizo algo por mí: me comprometió con la idea, como él dice, de leernos unos a otros en la poesía.

…Yo era un joven poeta y traductor y, obviamente, José Emilio no quería desanimarme. Creo que por eso no se limitó a dejar claro por teléfono que no quería ser entrevistado.

Me propuso que le enviara algunas preguntas… cuando le envié el extenso telegrama —porque quería proceder con rapidez en la conversación—, se sorprendió bastante. Tal vez contestó en parte porque vio que yo estaba traduciendo su obra y porque me interesaba él como poeta. Quizá eso lo persuadió para tratarme de manera un poco diferente.

Me envió por correo el poema en español y una nota en la que decía que lo había escrito porque no podía conceder una entrevista, y que le daría gusto —por mí— que la revista lo publicara. Me solicitó que yo lo tradujera, tal como lo habría hecho con la entrevista. No escribió mucho más de lo que está en el poema. Confieso que inicialmente me entristeció que no aceptara la idea de contestar mis preguntas, pues tenía la esperanza de publicar algunas de mis traducciones acompañadas por sus respuestas. Pero lo traduje y «An Open Letter from José Emilio Pacheco» [«Una carta abierta de José Emilio Pacheco»] apareció en la edición de abril/mayo de 1982 de «The Bloomsbury Review».

…En aquel momento leí su «Carta» de una manera y hoy, a 35 años de distancia, la leo de otra; esa es la belleza de la poesía, ¿verdad? Puedo ver mis preguntas en sus versos, mi formalidad en la petición, mi deseo de entender al hombre adentrado en la poesía. Yo estaba entonces acercándome a la obra de autores que habían permanecido en el anonimato, como Thomas Pynchon y William Gaddis. Para un joven que estaba involucrándose en el mundo de la poesía el ‘anonimato’ que defendía Pacheco, no le parecía demasiado real. No digo que fuera falso, pero tienes que ser un poco famoso para poder optar por evitar la fama. Creo, sin embargo, que en ese momento su poema compartió conmigo un mismo sentido: el papel del escritor como un ser discreto, silencioso.

Supongo que no imaginé que dicha ‘ars poetica’ era definitiva porque respondía a las preocupaciones de aquel momento. Él y otros autores estaban tratando de centrarse de nuevo en la poesía, en tanto que el ‘culto a la personalidad’ estaba creciendo y volviéndose un problema. El interés por la ‘escritura’ y por los acontecimientos era algo que compartíamos en buena medida. Así que tal vez tocamos el tema en nuestras conversaciones, y él me respondió en parte por esa afinidad. He de decir que veo ambos asuntos inscritos en una época ya desaparecida, cuando no teníamos idea de cómo la personalidad le usurparía su prominencia al arte.

Recuerdo que algunos años más tarde, cuando se publicaron sus «Selected Poems» (New Directions, 1987; editado por George McWhirter), me sorprendió ver el poema allí [traducido por Linda Scheer]. Supongo que no tenía yo idea que figurara de manera tan relevante en su obra poética. Por otra parte, admito que nunca hice un seguimiento de sus entrevistas posteriores. Tuve un momento y un contacto personal con él, y eso bastó. No necesitaba enturbiar esa historia con otras interpretaciones.’

Una defensa del anonimato (Carta a George B. Moore para negarle una entrevista)

Fragmentos

No sé por qué escribimos, querido George,
y a veces me pregunto por qué más tarde
publicamos lo escrito.
Es decir, lanzamos
una botella al mar que está repleto
de basura y botellas con mensajes.
Nunca sabremos
a quién ni adónde la arrojarán las mareas.
Lo más probable
es que sucumba en la tempestad y el abismo,
en la arena del fondo que es la muerte.

Y sin embargo
no es inútil esta mueca de náufrago.
Porque un domingo
me llama usted de «Estes Park», Colorado.
Me dice que ha leído lo que está en la botella
(a través de los mares: nuestras dos lenguas)
y quiere hacerme una entrevista.
¿Cómo explicarle que jamás he dado una entrevista,
que mi ambición es ser leído y no «célebre»,
que importa el texto y no el autor del texto,
que descreo del circo literario ?

(…)

Para empezar a no responderle diré:
no tengo nada que añadir a lo que está en mis poemas,
no me interesa comentarlos, no me preocupa
(si tengo alguno) mi lugar en la «historia».
Escribo y eso es todo. Escribo: doy la mitad del poema.
Poesía no es signos negros en la página blanca.
Llamo poesía a ese lugar del encuentro
con la experiencia ajena. El lector, la lectora,
harán (o no) el poema que tan solo he esbozado.
No leemos a otros: nos leemos en ellos.
Me parece un milagro
que alguien que desconozco pueda verse en mi espejo.

(…)

Y yo quisiera como el poeta español
que la poesía fuese anónima ya que es colectiva
(a eso tienden mis versos y mis versiones).
Posiblemente usted me dará la razón.
Usted que me ha leído y no me conoce.
No nos veremos nunca pero somos amigos.

Si le gustaron mis versos
¿qué más da que sean míos/de otros/de nadie?
En realidad los poemas que leyó son de usted:
Usted, su autor, que los inventa al leerlos.

Obituario

José Agustín

El escritor mexicano José Agustín murió en este enero de 2024.

Antes de ser siquiera veinteañeros, él y una hermana del poeta salvadoreño Roque Dalton se casaron para —como dueños en común de sus destinos— estar en condiciones de enrolarse en la revolución cubana.

Fue el más destacado de los que compartieron sus intereses autorales. Nutrió y justificó, por así decir, al movimiento contracultural. Como él declarara, probó de todo.

Transgresor, irreverente, ajeno a las capillas intelectuales, por lo que estas no se mostraron inclusivas respecto de él.

Fue todo un personaje.

En los años 70 dirigió la película mexicana que lleva el nombre más raro: Ya sé quién eres (Te he estado observando), con la cantante Angélica María como protagonista.

Fue una autoridad en materia del rock no obstante su parentesco con un exponente de otra música muy distinta, la tradicional mexicana, su tío el compositor mexicano José Agustín Ramírez, autor de Por los caminos del sur. Por esto, el narrador firmó toda su obra a la manera de Rubén Darío, es decir sin apellidos, para evitar —según dijo— que se le confundiera con su pariente.

Nota

1 Muchas gracias a Jesús Quintero —dos veces mencionado por los ponentes en la velada— por proporcionar a esta columna su entrevista, que dio pie y corolario a mi entrega del mes. Arbitrariamente —perdonarás, Jesús— tomé solo algunos pasajes del logrado texto que conseguiste, con la idea inicial de ir intercalando versos de José Emilio para formar un diálogo entre Moore y él. Desistí, al concluir que corría el riesgo de desviar obras bien claras.