Fuimos a visitar el Museo de Antioquia en Medellín, donde se encuentra la colección más grande de obras de Fernando Botero. Todas donadas por Botero, el pintor y escultor, que es hijo de la ciudad, además de ser uno de los artistas latinoamericanos más famosos en el mundo.

Botero ha creado su propio lenguaje y estilo para hablarnos de la realidad, superándola y mostrándola desde arriba. Formas exageradas de los cuerpos, las fuentes sobrecargadas de fruta, la abundancia como forma de expresión, nos hacen percibir detalles, que de otra manera serian invisibles. No sé si alguien lo ha dicho anteriormente, pero Botero ha llevado a la pintura y escultura el lenguaje del realismo mágico con su dimensión adulterada, que nos permite ver la realidad desde otro ángulo, superarla para volver a ella, reconociendo la parte oculta y muchas veces absurda de las cosas. Caminar por el museo y observar sus obras por horas fue un viaje a un mundo conocido, que sorprende y se vuelve desconocido, para que podamos conocerlo mejor.

Pasando después a otras salas, descubrí una obra de Roberto Matta, La vigilia de Eva, que nos muestra lo que hizo Eva antes de ser Eva, es decir, madre, mostrándonos de manera no figurativa dos cuerpos, que se enredan entre ellos en una danza primordial. Las imagines giran hasta perder su forma y nos hacen girar a nosotros, como espectadores que observan y reflexionan sobre la fuerza del amor, que amalgama el negro y el blanco en un ritual de carne, de besos, uñas, bocas y sangre.

En otra sala, me encontré con una sorpresa, que se llama La bandeja de Bolívar de Juan Manuel Echavarría, que representaba a través de un video, una bandeja bellísima de porcelana, que se quiebra en pocas piezas y continúa rompiéndose hasta fragmentarse completamente y transformarse en polvo. Mientras observaba el video con un efecto audio asordante, llegó una señora con su hija y les pregunté se sabían por qué la obra tenía ese nombre y ellas cándidamente reconocieron que no sabían y empecé a explicarles que la bandeja era una metáfora del sueño de Simón Bolívar de crear un solo país en todo el continente hispanoamericano y que este sueño se trizó en miles de piezas hasta convertirse en polvo, en algo efímero y sin forma, que lentamente se confunde con la nada. Yo hablaba y sin darme cuenta, al volverme hacia la niña y su madre, descubrí que habían unas 12 personas escuchándome y también dos guardias del museo, que al terminar, me dijeron que había sido muy interesante escuchar que alguien diera vida y sentido a la obra.

Del museo, salimos a pasear por las calles de Medellín, que vive un periodo de transición hacia un futuro lleno de promesas. Medellín se presenta como un proyecto urbano capaz de transcender su pasado y abrir una nueva página cargada de posibilidades y futuro en un país, Colombia, que es un monumento a la diversidad en todo el sentido de la palabra.