El aire que respiramos en Extremadura (comunidad situada al suroeste de España) no está contaminado. Gozamos de un cielo cuyo maravilloso azul solo es ocultado a veces por las nubes.

Hace unos años a algunos políticos y empresarios se les ocurrieron algunas ideas descabelladas: instalar una Central Térmica en un precioso pueblo situado al lado de un enorme pantano y construir una refinería de petróleo en uno de los terrenos más fértiles y ricos en viñedos con los que cuenta Extremadura.

La tensión social que estos planes desencadenaron fue grande. Abundantes las manifestaciones tanto a favor como en contra. Finalmente, y felizmente en mi opinión, ninguna de las dos empresas se llevaron a cabo.

Por aquel entonces, se me ocurrió escribir este cuento al que titulé: Mocos negros

Mocos negros

Las vistas al pantano son preciosas. El padre, con la mirada perdida en el agua, acaricia suavemente el cabello de su hijo. Descansan después de una larga caminata. Luis se ha divertido de lo lindo saltando y corriendo por el campo toda la mañana. Ahora, han hecho un alto para comer.

— Papá. Me gusta este sitio nuevo donde vamos a vivir.
— Me alegro, Luis. Ya verás qué bien vas a estar. En los pueblos los niños viven mejor que en la ciudad porque hay menos peligros para ellos. Pueden ir a la escuela y salir a jugar a la calle solos.
— ¿Hasta ir al campo?
— Si el campo no está muy lejos, ¡claro que sí!
— Qué divertido, papá. Verás cuando se lo cuente a mamá. No quiere que tú lo sepas, pero a ella no le hace ni pizca de gracia venirse a este pueblo.
— Eso es porque todavía no conoce lo bonito que es.
— Claro. Oye, papá, ¿por qué aquí el cielo se ve mejor?
— ¿Qué quieres decir?
— Pues que se ve de un tirón. Igual que en el agua. Mira qué bien se refleja el cielo dentro del agua.
— Eso es porque aquí no hay contaminación.
— Entonces a los niños de este pueblo no le saldrán los mocos negros como a los de la ciudad. ¿Verdad, papá?
— Qué cosas se te ocurren. Pues supongo que no.
— ¡Mira, papá! ¡Cuántos pájaros!
— Están regresando a su hogar, porque ya ha llegado la primavera. Fíjate bien en esos que tienen las plumas blancas y el pico largo. Son las cigüeñas. Luego te llevaré a un lugar donde hay muchos nidos de cigüeñas.
— Cuando llegue mamá, tenemos que llevarla también, para que se ponga contenta. Los niños de aquí van a querer ser mis amigos enseguida, en cuanto sepan que mi padre es el jefe.
— Qué cosas tienes, Luisito. Anda, vamos a comernos los bocadillos. ¿Prefieres el de queso o el de chorizo?
— Mitad y mitad.
— Tienes apetito, ¿eh? No hay nada como un buen paseo respirando el aire puro, para que a uno le entren ganas de comerse hasta las piedras.

Desenvuelven los bocadillos y se los comen sin decir palabra. Luego sacan una bolsa con frutas. Mientras el padre le pela una manzana, el niño se acerca al agua y arroja piedrecitas. Una mariposa naranja se posa sobre su brazo. Intenta atraparla, pero se le escapa. El padre lo observa con deleite. Se alegra de haber pospuesto para la noche la comida que tiene pendiente con las autoridades. Tenía interés en que su hijo apreciase las ventajas de venir a este pueblo y, para ello, nada mejor que pasar todo el día disfrutando al aire libre.

— Ya tienes la manzana pelada. Ven a comértela.
— Oye, papá. ¿Dónde van a construir esa fábrica tan grande de la que vas a ser el jefe?
— Muy cerca de aquí.
— ¿Cómo se llama eso que vais a hacer? Mamá me lo ha repetido muchas veces, pero no se me queda.
— Una Central Térmica.
— Mamá dice que esa central echará mucho humo y que a ella eso no le gusta. ¿Echará mucho humo, papá?
— Sí.

El niño se queda pensando.

— Mamá dice que el humo es contaminación y que no es bueno para los pulmones. Pero a lo mejor este humo no es tan malo como dice mamá. Yo le digo que si tú eres el jefe de esa fábrica, no puede ser tan malo.
— ¿Sabes lo que vamos a hacer? Nos vamos a dormir un rato y cuando despertemos, te llevo a ver los nidos de cigüeñas.

El niño se acomoda sobre la manta que el padre ha extendido aprovechando la sombra de un árbol.

— Oye, papá.
— Vamos... duérmete.
— Papá, si esa centro termita...
— Central Térmica, Luis.
— Eso. Pues que si echa mucho humo, ya no podré ver el cielo de un tirón. Ni tampoco se podrá reflejar dentro del agua. Y además los mocos nos saldrán negros como en la ciudad. Y ya no será tan divertido ni tan bonito vivir en este pueblo.
— Duérmete, Luis, y no pienses en eso. Cuando despiertes, te llevaré a ver a las cigüeñas.

— Oye, papá.
— ¿Qué?
— ¿Saben los niños de este pueblo que eso que vais a construir aquí les va a poner los mocos negros? Yo creo que, cuando se enteren no les va a gustar.
— Pues no se lo decimos y asunto solucionado.
— Pero se darán cuenta cuando se pongan enfermos, porque dice mamá que con ese humo la gente se pone enferma.
— No pienses tanto y descansa- dice al tiempo que le acaricia el cabello.

El niño simula quedarse dormido pero unos débiles sollozos lo delatan.

— ¿Estás llorando, Luis? ¿Qué te pasa?
— Es que ahora pienso como mamá. Ella dice que os lo vais a cargar todo, que no merece la pena ganar mucho dinero si os vais a cargar este pueblo y otros más.
— ¿Otros más?
— Como el humo viaja por el aire, también se pondrán enfermas las gentes de los pueblos cercanos. Yo ya no quiero venir a este pueblo, porque tú vas a ser el jefe y los niños se enfadarán mucho conmigo cuando ellos o sus padres se pongan enfermos.
— Chisss.

El padre sigue acariciando el cabello del niño hasta que éste se queda dormido. Mira al cielo, transparente como las palabras de Luis. Luego sus ojos se pierden en el agua, cristalina, tranquila, como debiera ser la vida de todos los niños. Una mariposa naranja se posa sobre su frente; con un gesto rápido la atrapa. La mariposa aletea nerviosa intentando escapar. El padre recuerda el instante reciente en que una mariposa igual se posó en el brazo de su hijo. Luis intentó retenerla, pero no pudo y la mariposa revoloteó juguetona alrededor de él antes de alejarse, libre, por el aire.

— Los niños no pueden atrapar el vuelo-pensó- porque ellos también son un vuelo.

El padre abrió la mano y la mariposa huyó.

— No ha revoloteado alrededor mío-pensó -.Ha huido de mí.

Se miró la mano y observó el rastro naranja que la mariposa había dejado sobre ella.

Una cigüeña voló sobre el pantano. El niño se removió sobre la manta.

— Aún no he firmado-siguió diciendo-. Todavía estoy a tiempo de echarme atrás. Puede que incluso también pueda convencer a los otros, a los que intentan instalar cerca de aquí una refinería de petróleo, para que no sigan adelante en este terrible empeño.

El hombre fue hasta la orilla y se lavó las manos.