El sol chileno. Siempre el sol chileno. Yo te imagino bajo ese sol, confinado en tu pobre patria, allí donde él ignora su capacidad para construirse un mundo. Y piensa que no sabe qué hará, ni si lo conseguirá.

Hacía tiempo que el país se había convertido en una olla a presión a punto de estallar en mil pedazos. El modelo heredado de la dictadura terminó por cercenar el pacto social sobre el que se levanta todo. El retorno de la democracia se produjo a cambio del apuntalamiento de los pilares de la apertura económica, las privatizaciones y una idea mínima del papel reservado al Estado, concebido apenas como guardián del orden público y en absoluto motor del equilibrio social.

Y hasta aquí llegamos, con el pacto triturado por el peso de las desigualdades. Él lo sabe. Divaga melancólico y solo.

Piensa que desearía volar entre los edificios, seguir la huella del asfalto. Terminar aplastado al lado de una jeringuilla.

Desde las redes sociales va creciendo un clamor. Ciudadanos de a pie pidiendo poner freno a los abusos de la clase dirigente y a la desigualdad imperante.

Tres semanas pasaron desde el inicio de las manifestaciones que llevaron al país a la mayor crisis jamás vivida. Estallido social, primero, que se convirtió muy pronto en crisis política.

Más tarde, empero, decide que no se puede continuar así. Lo decide cuando ya habían pasado algunos días.

Decide que no puede en absoluto tomar una decisión y piensa: «Yo, que hasta ayer diseñé cada paso de mi camino».

Lo dice mientras contempla las grandes montañas de la cordillera que se ven desde su ventana. Se imagina crucificado entre las nubes que despuntan allá arriba, en lo alto de las cumbres.

De repente, la fábula de la vida lo anula.

Un cuerpo cae y no lo sabe. Aplastado por ti. Anulado por ti. Hecho desaparecer por ti. Te vas y, lejos de retenerte, te alejo más, te aparto más y más.

Conserva este pensamiento mientras observa el pequeño televisor.

Las imágenes y los vídeos son desgarradores. Tanta represión, tanto odio. ¿Qué pasará ahora con esta huella tuya que permanece como un alambre de púas retorciéndose en el corazón?

Aquella forma de protesta parece incluso excesiva: varias estaciones de transportes públicos fueron incendiadas. Hubo saqueos en negocios.

Anhela el momento en que verdaderamente no habrá más disparos y un nudo le oprime la garganta y le impide respirar. «No sentir odio es es un privilegio». Debo pensar mucho en esta frase.

Soy la sombra de algo que hubiera querido existir todavía, piensa, luego escribe en su cuaderno, dejar un pensamiento al pasar. Merced al amor. Por la gracia recibida, en un lugar desconocido, en medio de la ciudad.

Con una cobertura casi omnipresente, las televisiones muestran hoy los acontecimientos en tiempo real, me escribe Andrea, con excelentes cámaras, desde puntos altos y en la calle, con una técnica similar a la que se emplea en el fútbol.

El Gobierno, inepto y cobarde, recurre al Ejército y saca a los militares de los cuarteles para mantener, dice, el orden y la calma en las calles. Pero a continuación declara el estado de emergencia.

En la soledad de su edificio, un hombre escribe pensamientos, alusiones, sueños, castillos que permanecerán inconclusos, apenas esbozados. Sale a la calle, quisiera hablar.

Se topa con el frenesí de la gente. Gritan eslóganes y golpean cacerolas. Tras un largo preámbulo, los soldados al unísono empiezan a disparar proyectiles de goma y de gas lacrimógeno a la altura de los ojos.

Defendimos con todas nuestras fuerzas el comienzo, el principio del fin. Ante nosotros caían los árboles, salía el sol, huían los pájaros.

El proceso de transición de la dictadura a la democracia estuvo condicionado por el papel que los militares continuaron ejerciendo en la vida del país y, especialmente, por la presencia política del Dictador. Privada de mayoría necesaria para cambiar la Constitución, las administraciones se vieron en la tesitura de pactar una y otra vez con la oposición de derechas, pudiendo aprobar solamente algunas de las reformas propuestas.

Pero de nuevo llega la hora X del toque de queda. Mi país, dice, se halla ante una encrucijada: ayer, y hoy como ayer, no sabemos si es el camino el que parece una prisión o si es la prisión la que se parece a un camino.

Leo y comento del Diccionario de Historia de Treccani:

En septiembre de 1973, un golpe de Estado ponía fin a la experiencia de Unidad Popular y el poder era asumido por una junta militar, presidida por el general Pinochet, quien suspendía la Constitución, disolvía el Congreso y prohibía toda actividad política. Simultáneamente la represión se descargaba sobre miles de opositores encarcelados, asesinados o desaparecidos.

He aquí lo que recuerda, hoy igual que ayer: lo militares tomando las calles.

Estamos en guerra, yo estoy en guerra contra mi propio pueblo.

Una política económica estrictamente neoliberal desmanteló las reformas efectuadas por el Gobierno de Allende. Después de un plebiscito de apoyo al régimen, se aprobó en 1980 una nueva Constitución que ampliaba los poderes del presidente en relación con el Congreso, confirmando el rol institucional de los militares, sancionando la ilegalidad de las organizaciones de inspiración marxista y estableciendo restricciones al derecho de huelga, asociación y expresión.

En el escaparate de una tienda una mirada se encuentra con otros ojos.

Un frío argentino que como un destello desata un gemido en su garganta. ¿Pero cuánta tristeza vive en ti escondida?

El cielo se nubló. Se nublaron los ojos, la mirada. El tiempo silente, incapaz de pensar y comprender aquel lento asesinato (¿dónde esparcir los pétalos marchitos de esta rosa muerta?). Esta fue la única imagen que logró conservar a lo largo del día.

Me viene a la cabeza El menor rescate, el texto que André Breton dedicó al país de Elisa. También a mí me gustaría dedicarte un texto así:

Tú que roes la hoja más fragante del Atlas
Chile
Oruga de mariposa lunar
Tú cuya completa estructura se esposa
con la tierna cicatriz de la ruptura entre la luna
Y la tierra
Chile de las nieves
Como la sábana que una hermosa mujer retira al levantarse

He descubierto en un relámpago
Lo que eternamente a ti me predestina
Chile
Con la Luna en séptima casa en mi tema astral
Veo la Venus del Sur
Que nace no ya de la espuma del mar
Sino de una ola de azurita en Chuquicamata
Chile
Con aretes araucanos en pozos de luna
Tú que das a las mujeres los más bellos ojos de bruma
Adornados con una pluma de cóndor
Chile
Y nada se podría decir mejor de la mirada de los Andes
Afina el órgano de mi corazón con las estridencias
De los esbeltos veleros de estalactitas
Que van hacia el Cabo de Hornos
Chile De pie sobre un espejo
Entrégame lo que solo ella posee
La brizna de mimosa que todavía en el ámbar se estremece

Chile de los cateadores
País de mi amor.

Se descubre esta vez disconforme con su habitual ansiedad de escribir, de pensar en la escritura, en los escritores. Quiere hacer algo, redactar cartas, denunciar, pero a continuación se sumerge en una bañera de espuma tibia. Su pecho se hincha hasta que finalmente puede percibir nítidamente tan solo su respiración. Permanece allí al menos media hora y cuando al fin reaccionó al sonido del teléfono, fue dejando un rastro de agua tras de sí.

Cuando llega al aparato, ya habían colgado. Imagina caras, lugares, gente diversa. Seca todo y se viste apresuradamente. Antes de salir, deja puesto el contestador. Salve, no podemos responderos. Dejad un mensaje tras el pitido. Cierra la puerta con tres vueltas de llave, temiendo que alguien pudiese violentar su intimidad, en otro tiempo llamada también privacidad.

El viento movía los árboles, sentía el canto de las aves. Lejanas campanas anunciaban el mediodía. Las primeras horas de la tarde de finales de octubre descubrían a un hombre caminando por las calles sin un verdadero objetivo. Alguien había querido saber aquel día quién era él, alguien lo había llamado para saber cómo estaba, qué hacía. Si tenía alguna idea de lo que estaba pasando.

Tuvo la certeza de volar, pienso también en la posibilidad de tener un campo para el cultivo de cosas raras. Por la mañana hay un homenaje a los caídos. Los carabineros dejan hacer. Todo es surrealista.

Viví la dictadura. Por eso me estremecí cuando se impuso el toque de queda, pero este pueblo no, no tienen miedo de nada, avanzaron sin retroceder hacia los militares que disparaban desde muy cerca. Casi trescientas personas se quedaron sin un ojo. Nunca hasta ahora se había visto nada igual.

Miles de personas siguen en pie, llenas de color, serias, festivas. Sobre un muro alguien escribió: ¡Chile declara estado de conciencia!

Ellos, él y él, se habían encontrado en medio del gentío.

¿Pero de verdad que ningún canal va a informar de esta mierda? ¿Oyes? Suenan disparos cada diez segundos. Estoy bastante lejos de donde se están produciendo los enfrentamientos, pero se siente igualmente el hedor de las bombas lacrimógenas.

Uno de ellos, encapuchado, lanza un cóctel molotov, un fogonazo sobre el rostro de dos policías. Quemaduras de segundo grado, lesiones en la cara, en el cuello y en las vías respiratorias conforman el parte médico elaborado por el personal sanitario del centro de atención.

Habían estado juntos aquella tarde, él hablaba de sus ganas de desaparecer de forma inminente, porque ya no le quedaba nada; el otro le respondía que muchos desaparecían sin tener ganas. Él era melancólico. Tenía una sonrisa tan forzada como triste. Dije que si me muriese en aquel momento, él lloraría mucho. Experimento un pinchazo en el pecho. Él era muy hermoso. El otro, no siendo terrible, no se habría nunca enamorado de él.

El otro permaneció con la mirada perdida y detenida sobre sus propias sombras. Él esperó la llamada de los pueblos azules, de las lomas perfumadas.

Al día siguiente se despertaron tendidos sobre el lecho, locamente cubiertos por un único abrazo.

Las calles se muestran como si se hubiese roto el cielo, dijo él. Pensó que no sabía ya dónde ir. Quisiéramos imaginar que, a pesar de nuestras suposiciones, sí sabía, perfectamente, adónde ir y qué hacer. Nos mantendremos en esa suposición.

Él caía oscuramente lacerado y únicamente no contaré lo que el otro experimentaba. Porque el otro era yo. Uno de aquellos que, como dice Cristian, limpiaron los escombros de las noches de saqueos.

Ahora recuerdo los atardeceres de noviembre, la balada del otoño aquí y allá, y la primavera a punto de comenzar, el ruido sordo de los balines. Luego el retumbo pesado de la vida.

Durante los siguientes días no sucede nada extraordinario. Fueron quedando atrás los días de las acacias, los abedules y el cielo ilimitado. Desaparecieron las huellas en la arena, permaneciendo apenas el murmullo de las olas, él con la mirada perdida en sus propias sombras, el otro esperando la llamada de los pueblos azules y las lomas perfumadas. Sucedía que él apenas si era capaz de despertarse para leer un par de páginas de lo que fuese, pero luego desaparecieron uno y otro, cada cual por su camino. Todo acabó por ser tremendamente fácil, incluso encontrarse con un dolor, escribió, puesto que, si bien algunos se cubren la cara y otros no, todos formamos parte de la misma guerra.

Aquella fue la última cosa que logró escribir.